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Muchas veces, en el lenguaje cotidiano utilizamos palabras que discriminan a otros sin darnos cuenta: gordo, menso, tonto, loco, feo, etc. Si bien estas palabras etiquetan de forma negativa a la gente, no necesariamente se utilizan con el afán de ofender a la persona. Por ejemplo, cuando se habla de un niño en particular: "el gordito".
Por otro lado, las personas utilizan palabras realmente con la intención de lastimar al otro: retrasado, idiota, manco, etc. Y las condenamos.
¿Por qué permitimos las primeras y nos quejamos de las segundas?
Porque desde siempre nos han enseñado que cuando el daño es poco no es nada. Si te caes y te haces un rasguño: "No llores, no te pasó nada". De la misma manera, pensamos que si nuestra intención no es ofender al otro, le podemos decir como queramos.
El problema, es que al permitir el uso de estas palabras "menores" en la cotidianidad, fomentamos la discriminación, el estereotipo, la desigualdad. Y con el tiempo se termina utilizando aquella palabra como despectiva: "Pinche gordo panzón".
También está el otro lado de la moneda, tenemos tanto miedo de no indignar al que consideramos como "afectado" que utilizamos eufemismos para nombrar la situación. Es el caso del término "capacidades diferentes", en lugar de utilizar la palabra discapacidad, que es correcta en varios sentidos pero que las personas usan despectivamente.
Las palabras deben usarse según su significado, y debemos enseñarnos a dirigirnos a la gente sin adjetivos calificativos que etiqueten. La niña "gordita" tiene muchas otras habilidades que la distinguen no sólo su obesidad, de la misma manera que un niño que sea malo en matemáticas no es "retrasado".
Una persona que sufra discapacidad intelectual quizá no aprenda a leer, pero tendrá muchas otras habilidades. No se trata de obviar su condición y disfrazarla como si no existiera, pero tampoco juzgar a la persona sólo por esa parte.
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