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Estimada Señorita Corazones Solitarios:
Tengo dieciséis años y estoy desorientada; le agradecería que me aconsejara. Cuando pequeña estaba acostumbrada a que los chicos que vivían en la cuadra se burlaran de mí y no era tan terrible, pero ahora me gustaría tener amigos con quienes salir los sábados en la noche como las demás chicas, pero ningún muchacho me va a invitar, porque aunque bailo muy bien, tengo una linda figura y mi padre me compra lindos vestidos, nací sin nariz.
Me siento y me observo todo el día y lloro. Tengo un gran agujero en medio de la cara que asusta a la gente y también a mi; por eso no puedo culpar a los muchachos de que no quieran invitarme a salir con ellos. Mi madre me quiere pero se pone a llorar desconsoladamente cuando me mira. ¿Qué hice yo para merecer esta terrible desgracia? Aunque hubiera hecho algo malo, nada malo hice antes de cumplir un año, y sin embargo nací así. Le pregunté a mi papá; me dijo que no sabía, pero que tal vez algo hice en el otro mundo antes de nacer, o quizá me castigaron por sus pecados. Eso no lo puedo creer porque él es un hombre muy bueno. ¿Debo suicidarme?
La saluda atentamente
Desesperada
La discriminación por discapacidad, o en ciertos casos deformación de alguna parte del cuerpo, es una de las más extendidas. Puede venir de compañeros, profesores, vecinos o incluso de la propia familia.
En vez de aceptar a las personas tal y como son, ayudarlas a comprender sus limitaciones y potenciar sus fortalezas; las excluimos por ser diferentes, las rechazamos y menospreciamos.
Por ejemplo el caso de un chico con síndrome de Down, al que llamaramos Dan. Durante el preescolar fue muy bien aceptado, estaba integrado con sus compañeros quienes lo veían como un niño más para jugar, los padres de familia nunca lo despreciaron y era para ellos otro chico más del colegio. Las maestras, conocían las limitaciones del pequeño y hacían todo lo posible por ayudarlo a desarrollarse al máximo; pero también para integrar al niño en la clase.
Al llegar a la primaria la situación cambió. La nueva maestra no quería enseñar a Dan, pues pensaba que era una pérdida de tiempo dada la situación. A pesar de que los compañeros del salón querían mucho a Dan, la profesora hizo todo lo posible porque lo expulsaran. Los padres de familia, si bien no apoyaron la expulsión, tampoco hicieron nada para evitarlo. Así que Dan y su familia tuvieron que enfrentarse solos a la situación, hasta que finalmente lo sacaron del colegio.
Enfrentar el rechazo social puede ser muy duro aún cuando se cuente con el apoyo familiar. La situación se torna terrible cuando es la propia familia la que justifica el desprecio del exterior. Como en la carta de Desesperada, en donde sus padres en vez de apoyarla, se sentían desconsolados y no dudaban en adjudicar el estado de su hija a los pecados de una vida anterior. Aunque no lo decían abiertamente, culpaban a la chica de haber nacido sin nariz. El estado de su hija lo sentían como una desgracia personal, un castigo hacia ellos; y no hacían nada por ayudar a resolver o paliar ese hecho. Tampoco le daban a su pequeña el amor y la autoestima necesarios para enfrentar el mundo dada su condición.
Todos tenemos limitaciones que podemos superar o disminuir de alguna manera, el hecho de tenerlas no significa que debamos apartarnos del resto de las personas. La única forma de acabar con la discriminación, es integrar a los que en apariencia son diferentes, desde la infancia misma.
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