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lunes, 7 de junio de 2010

Estigma y el odio irracional




La palabra Estigma la crearon los griegos. Aquella civilización que sabemos apreciaba la belleza del cuerpo humano. Estigma era el término que utilizaban para referirse a los signos que marcaban a gente indeseable, estas señales podían ser quemaduras o cortes en el cuerpo que marcaban a los esclavos, criminales o traidores. De ahí el uso del verbo estigmatizar, en su sentido de infamar u ofender a una persona.

Se estigmatiza por muchas razones, pero una de las principales es que la persona aludida posea algún atributo que nos causa repulsión. Aunque ya no estamos en los tiempo de la Grecia antigua, pareciera que las imperfecciones humanas siguen siendo señal de malignidad para aquéllos quienes las poseen.

De manera que muchas personas hoy día, creen que pueden saber cómo es una persona con tan sólo observar su apariencia física. Si viene de "buena familia" o si se viste "bien" será buena persona. En cambio, si usa zapatos sucios o viejos, aluden inevitablemente a la pobreza la cual se asocia muchas veces con la delincuencia.

De hecho, muchos grupos se asocian con actividades delictivas tan sólo porque su forma de vestir y expresarse es diferente: los darks, los punks, los hippies, etc. Si bien es cierto que algunos de ellos tengan actividades contrarias a la ley, también es verdad que los delincuentes los podemos encontrar en todos los grupos sociales y que sus actividades nada tienen que ver su apariencia exterior.

Una pequeña anécdota que ilustra el fenómeno del estigma:

Un padre de edad avanzada y su hijo -un joven adulto- visitan al oculista. El hermano de este último es un joven gótico y ese día estaba ahí visitando a su familia. El joven hijo lo saluda con entusiasmo, y lo primero que le dice a su padre es: Mira papá, él fue el primero en su clase, se tituló con mención honorífica y trabaja en varios proyectos, como ves es gótico y no es ningún criminal.

Para muchos, hay atributos físicos o exteriores que se pueden asociar incluso con maldad. Cuando las personas ven el mal en el otro, dejan de percibirlo como humano y esta deshumanización es precisamente la que lleva a la agresión. Dejar de percibir al otro como un cóngenere, me permite atacarlo para defenderme. Esto es una herencia biológica; pero cuando lo traspasamos a lo social, resulta que muchas veces no hay una amenaza real y aún así nos defendemos, o mejor dicho agredimos.

Todos tenemos una imagen del mal. Para muchos la maldad está representada en diferentes grupos de personas: los negros, los pobres, los ricos, las mujeres, los niños, los jóvenes, los discapacitados, etc. Es entonces cuando el rechazo se produce para alejar lo maligno, y ese desprecio llega a convertirse en agresión cuando la cercanía del grupo en cuestión es tanta que se percibe como una presente o futura amenaza... aunque sea imaginaria.


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