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viernes, 26 de julio de 2013

NIÑOS VENDIENDO CHICLES

Esta semana salieron a la luz un par de casos de niños vendiendo chicles, y es en este tipo de historias en donde ves la magnitud de la discriminación que ejerce la sociedad mexicana en su totalidad, porque en esto no sólo están involucrados un par de funcionarios.


NIÑOS VENDIENDO CHICLES


La primera historia es la de una pequeña niña que, como muchos niños, vendía chicles en los cruceros para poder sobrevivir. Sucede entonces que la gente la mira, se indigna diciendo ¡no es posible que una niña venda chicles! ¡los niños no deberían estar en las calles deberían estar en la escuela!

¿Qué sucedió? La niña y su hermano son llevados a un albergue separados de su madre por nueve meses. Finalmente regresan con su mamá y su tía, quienes recibieron capacitación en cuanto al cuidado infantil y ahora tienen un empleo para poder mantener a sus hijos que ahora irán a la escuela en vez de vender chicles; pero en caso de que vuelvan a descuidar a sus hijos entonces se les quitará la custodia nuevamente.

La segunda historia, es también de un niño vendiendo chicles. Él es huérfano de padre y madre, su tía se hace cargo de él. Todos los días sale con su canasta a esperar que la gente le compre algo y así ganar dinero para comer. Nadie se indigna, nadie se pregunta por qué ese niño no va a la escuela, por qué está en las calles. Este niño prácticamente forma parte del paisaje natural de la calle, y no siendo suficiente tener que aguantar la dureza del entorno urbano, hay que aguantar la prepotencia de las personas que lo tratan peor que basura.

Este segundo niño tuvo que aguantar tal abuso, que incluso un funcionario público creyó que era poca cosa burlarse de él y robarle su mercancía. Mucha gente vio la escena, incluyendo a otra funcionaria. De no ser porque unos cuantos morbosos tomaron video del suceso y lo publicaron en redes sociales, la injuria habría pasado desapercibida y no habría ningún castigado.

Afortunadamente para el pequeño, todos se indignaron; pero no porque el niño estuviera vendiendo chicles en vez de ir a la escuela, sino por el trato cruel que recibió de un funcionario público. A final de cuentas, la indignación fue por una falta más de otro funcionario pagado con nuestros impuestos, y no por la injusticia en la que viven millones de niños mexicanos que tienen que salir a trabajar a las calles para poder comer.

¿Y qué pasó con el niño? Nada, ninguna autoridad intervino a tiempo para brindarle ayuda, todos los servicios que supuestamente el DIF tendría que otorgarle ahora que el niño brincó a las redes no se podrán llevar a cabo porque el pequeño regresó a su pueblo en San Juan Chamula para seguir viviendo en la pobreza extrema, sin comida ni educación.

¿Cuál era la diferencia entre estos dos niños? ¿Por qué tuvieron destinos tan diferentes por hechos similares?

La respuesta es vergonzosa y humillante: por el color de su piel.

La primera niña era rubia y de ojos claros, inmediatamente las personas que miraban sabían que "algo andaba mal", ya que no era normal que una niña blanca estuviera vendiendo chicles en los cruceros, supusieron que la niña era víctima de secuestro y notificaron a las autoridades que, de paso, cometieron toda clase de arbitrariedades: separaron a los hijos de su madre, le practicaron pruebas de ADN sin su consentimiento, desconocieron la existencia de papeles oficiales como actas de nacimiento, y levantaron cargos contra la madre por corrupción de menores y por obligarlos a la mendicidad.

Finalmente, las autoridades admitieron su error, pero se disculparon asegurando que sólo atendían una denuncia de la ciudadanía. Es curioso que sí atendieran esta y no las miles de denuncias que seguramente llegan a sus despachos, y sorprende también que a esta historia sí le hayan dado un final feliz con tal de no ver una cosa tan "antinatural" como ver una niña blanca vendiendo chicles (aunque la gente sigue diciendo que la niña estaba pidiendo limosna, lo cual es completamente falso).

En cambio, el niño era un chico moreno, de pelo y ojos obscuros, y encima de todo de origen Tzotzil. Siendo un niño indígena, a todos les pareció perfectamente normal que se dedicara a vender chicles, nadie acusó a ninguno de sus familiares por corrupción de menores ni por obligarlo a mendicidad, porque claro, vender chicles no es pedir limosna. A nadie le indignó su pobreza, ni su nula educación, ni que tuviera que pedir dinero en las calles, A NADIE.

A la sociedad mexicana poco le importaba este niño, lo único que les interesaba era rumiar nuevamente contra un funcionario del estado, quienes son públicamente odiados y a los que siempre se les busca "cola que pisar". Y que mejor escena que el abuso de un niño, y entonces ahí sí importó ese niño, para darle a la gente un pretexto y lanzar tomates. Después de la escena, el niño puede volver a su triste vida y a nadie podría importarle menos.

¿Acaso no todos los niños mexicanos tienen los mismo derechos? ¿No debería indignarnos que un niño, sin importar su color de piel, no vaya a la escuela ni reciba educación por tener que vender en las calles para tener qué comer? ¿Y no deberíamos tratar con respeto a todos los niños y niñas, sin importar si son blancos o morenos, si son indígenas o descendientes de extranjeros?

Y esta es la prueba del terrible grado de discriminación que pervive en México, en donde la gente enfurece si una niña rubia vende chicles, pero le da igual si quien lo hace es un niño indígena.

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